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10 diciembre 2010 5 10 /12 /diciembre /2010 08:13

El NEGOCIO DE MI PADRE CON EL RABINO  

 

3751627452 b953ee8ee2Hace ya muchos años, me imagino que a principio de los años 70, el rabino Rosenbaum llamó a mi padre para plantearle la posibilidad de hacer un negocio. Me imagino que debía ser a principio de Pésaj celebración que conmemora la salida del pueblo judío de Egipto, relatada en el libro bíblico del Éxodo.  

Me imagino que debía ser esta época por cuanto una amiga y excompañera de la universidad, y su esposo, me informaron que por estas fechas se realiza una venta simbólica para no tener ningún tipo de levadura en casa. Y es que en esta festividad que dura siete días (ocho en la diáspora),  está prohibida la ingestión de alimentos fermentados y derivados de la harina, llamados en hebreo Jametz (חמץ) (la raíz de la palabra indica "fermentación"). En su lugar, durante la festividad se acostumbra a comer Matzá o pan ácimo.    

De tal manera que estimo que fue por esta época que el rabino se comunicó con mi padre para preguntarle si estaba dispuesto a hacer un negocio con él. Mi padre se extrañó de semejante planteamiento pues no imaginaba al rabino en plan de negociante, pero le dijo que expusiese en qué consistía.  

 El rabino lo planteó de manera sencilla: él le vendía a mi padre todas sus propiedades por una cantidad de dinero y luego el rabino las volvería a comprar tras pasar las fiestas. Bien. Establecieron la cantidad del “negocio” y ambos firmaron un papel contractual por dicha compraventa. Mi padre entregó, como estaba establecido, el dinero de la compra de dichas propiedades.  

Cuando pasaron las fiestas de nuevo el rabino llamó a mi padre para comprar nuevamente sus propiedades. Muy bien. De nuevo pasaron a firmar el contrato, pero en esta ocasión el rabino le dio a mi padre el doble de dinero que había recibido. ¡No! Dijo mi padre. Lo mismo que él había dado ¿no? ¡Oh no!, replicó el rabino: entonces ya no era negocio. El guía espiritual de la sinagoga de la pequeña comunidad askenazí explicó a mi padre que para que fuese negocio tenía que ser como él lo planteaba. Y la idea era que la compraventa debía ser negocio. Bueno, si las reglas eran así…mi padre cogió el dinero y cuando llegó a casa nos contó lo que para él era una anécdota singular.  

El caso es que el rabino llamó a mi padre al siguiente año para realizar el negocio y al siguiente… obteniendo de esta manera mi padre un dinero que él consideraba regalado y año tras año realizaron los dos hombres el negocio por las mismas fechas.  

Pasó el tiempo y estando yo casada, ya con hijos, viviendo fuera de Venezuela, cuando hablaba con mis padres y preguntaba por todos los conocidos, hacía un repaso por las familias de la comunidad askenazí. Mi madre era la encargada de darme las noticias: la hija de Judith ya se había casado y la Rebes (nombre por el cual se conocía a la esposa del rabino) ya era abuela. Sara Morgensten falleció, no sabía mi madre de qué enfermedad y su padre lo hizo años más tarde. Se habían encontrado con… (siempre era alguien distinto)y habían preguntado cómo estaba yo y mi madre me contaba las noticias que sobre mi persona les daba. E invariablemente mi padre decía: ¡y yo sigo haciendo el negocio con el rabino! ¿Qué me dice? ¿Todavía?, le replicaba yo. Sí, todavía, contestaba. ¿Por la misma cantidad?, pregunté en una ocasión. ¡No! La inflación afecta a todo y a eso también, me respondió divertido mi padre y añadía: ¡fíjate como sigo ganando un dinero todos los años a lo tonto!  

Con el paso del tiempo supe que el propio rabino preguntó a algún conocido por mi paradero. Creo que ver envejecer a mis padres lejos y no verme cerca de ellos le debía parecer preocupante. Esa fue la lectura que hice cuando me lo contaron. Lo último que supe es que el rabino se enfermó gravemente y finalmente se vio obligado a alejarse de su rebaño. Se fueron con sus hijos para Estados Unidos. En el aparcamiento de la sinagoga quedó su coche negro (en 40 años sólo cambió de coche dos veces, y siempre fue del mismo color) y hoy en día me dicen que la pequeña sinagoga sirve de residencia de día para personas de la tercera edad de la misma comunidad askenazí. Pero ya no hay rabino.

De esta manera, terminó el negocio de mi padre con el rabino: tras cerca de cuarenta años. Sólo la edad, la enfermedad y la distancia interrumpieron esa relación. Ya ni siquiera puedo preguntar: ¿sigue la señora Ana subiendo por la avenida Ávila rumbo a la sinagoga? Porque ya la señora Ana, como muchos otros de la comunidad, no realiza ese trayecto que año tras año, de forma invariable, realizaba los viernes por la tarde y los sábados. Cuando voy a Caracas veo a los mayores que van quedando en la urbanización hasta que un día no les queda más remedio que irse con sus hijos, normalmente  residenciados en el extranjero. Solo el carrito de helados, con su campana repiqueteando, sigue causando la falsa sensación de que  nada ha cambiado.   Pero aquellos tiempos se alejan inexorablemente para no volver. 

 

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8 diciembre 2010 3 08 /12 /diciembre /2010 10:26

 

 

¡ESOS SOSPECHOSOS Y EXTRAÑOS INQUILINOS!

 

 

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                            Dos jóvenes rabinos askenazies                              Un rabino adulto y un niño destinado a ser rabino

 

En estos días regresó a mi memoria una experiencia intercultural de cuando era una adolescente y vivía en Caracas en estrecha relación con la comunidad de judíos askenazíes.

Mi recuerdo se remonta a la fecha en la que mis padres adquirieron un apartamento (en España piso) al cual nos íbamos a trasladar. Pero mientras esperábamos para poder realizar la mudanza, mi padre que sostenía una muy buena relación de amistad con el rabino de la comunidad askenazí, se vio en la tesitura de alquilarlo durante unas semanas a dos rabinos ortodoxos que llegaron a Caracas procedentes de Nueva York. 

Los rabinos estaban en la capital venezolana con el propósito de buscar fondos entre el colectivo askenazí para algún proyecto a desarrollar en la ciudad de los rascacielos, en donde se encontraban al frente de la dirección espiritual de un grupo de miembros parecido al de Venezuela. Me imagino que para el rabino Rosenbaum solicitar el alquiler del piso a mi padre era una forma de no molestar a otros integrantes de la congregación caraqueña y al mismo tiempo encontrar un lugar recogido y discreto para los visitantes. Mi padre accedió a la petición encantado.  

Llevaban unos días instalados los rabinos en nuestra nueva casa, cuando mi padre se encontró con la convocatoria a una reunión por parte del pequeño conjunto de vecinos del edificio, el cual no sobrepasaba la docena. En la citación se especificaba que el punto a tratar estaba relacionado directamente con nuestra vivienda, pero no se especificaba cuál era.  

Sorprendido e intrigado mi padre acudió a la reunión. El grupo estaba formado por familias emigrantes españolas y portuguesas, además de algunas venezolanas de clase media. Las familias provenientes de la península ibérica se habían mudado desde el barrio cercano llamado La Candelaria, conocido por ser asentamiento principal de este grupo de  emigrantes. En el edificio había una familia judía, en este caso no askenazí. Las familias españolas, portuguesas y venezolanas llevaron la voz cantante: el punto a tratar era “esos extraños y sospechosos inquilinos” que tenía bajo su techo mi padre y que entraban y salían del edificio causando malestar y desasosiego en el colectivo.  

El representante de la única familia judía calló, mientras mi padre miraba con asombro a sus compatriotas y al resto de los vecinos: ¿Cómo qué “extraños y sospechosos inquilinos”?  ¿En qué mundo vivían? ¿Sabían que estaban residiendo en San Bernardino, urbanización de la capital venezolana dónde desde la década de finales de los 40, después de la Segunda Guerra Mundial,  estaba asentado un grupo de judíos ortodoxos provenientes de Europa  que poblaba el paisaje humano con sus formas de actuar y maneras de vestir, ya usuales para todos los que vivíamos allí? La respuesta de los vecinos interpelados fue una mirada inexpresiva. No, evidentemente no estaban acostumbrados.

Entre la representación ibérica había algunos católicos muy religiosos. Mi padre se dirigió especialmente a ellos, pues eran los que se manifestaban más alarmados. Este conjunto señaló, como motivo de sobresalto, los pelos y las extrañas vestimentas de los rabinos… Sí, replicó mi padre, entendía que podía  resultar extraña la forma de vestir de los representantes religiosos hebreos, como de la misma manera podría resultar extraña la forma de vestir de un sacerdote católico en sotana o un fraile en su hábito con capucha inmerso en una comunidad que no fuese católica y cuyos miembros no estuviesen acostumbrados a ver a un hombre con largas vestimentas de color negro, blancos o marrones con capucha.  

Luego pasó a informarles que “esos sospechosos y extraños inquilinos” eran representantes religiosos de una comunidad judía ortodoxa y que en poco se diferenciaban de los sacerdotes católicos más tradicionales. Dirigiéndose especialmente a una señora portuguesa, conocida por su devoción debido a que llegó a utilizar la sala de fiestas del edificio para celebrar rosarios con un grupo de amigas, mi padre señaló que resultaba cuando menos extraño que personas tan devotas como ellos temiesen a unas personas cuyo única diferencia era la de pertenecer a otra religión y vestirse de forma distinta.

Durante toda la reunión el único vecino judío dejó hablar a mi padre y al final, simplemente, apoyó y puntualizó los principales datos que había ofrecido: en todo caso eran personas totalmente inofensivas que se vestían  de esa manera impulsados por sus credos, credos que ni siquiera todos los judíos compartían como era su caso.  

Finalmente, mi padre les aclaró que además la alarma era innecesaria pues iban a estar poco tiempo y debido a nuestra mudanza posiblemente esa situación no se repitiese. Pero, agregó, si no hubiese sido así y se viese en la posición de volver a alquilar su apartamento a otros rabinos similares lo haría con mucho gusto pues en todo caso la comunidad de vecinos no podía  impedir que en el edificio viviese ya como inquilinos o propietarios ninguno de ellos, pues eran ciudadanos comunes de la urbanización, donde todos teníamos los mismos derechos y deberes. Por esta razón sugería a los nuevos habitantes del complejo que se acostumbrasen a esta realidad o que, en caso contrario, buscasen otro lugar para vivir. Como ejemplo mi padre mencionó al rabino Rosenbaum que vivía en un edificio cercano como propietario desde hacía ya muchos años.  

Ese día mi progenitor regresó a casa un poco más triste y comentando cómo la ignorancia  y el desconocimiento ponían barreras entre los seres humanos de  forma innecesaria y pueril. Sin duda, todos los problemas que surgían a partir de estas diferencias tenían la misma característica que su origen: la de ser innecesarios y pueriles, pero, sin duda, y a pesar de ello ¡cuánto daño podían causar!

 

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5 diciembre 2010 7 05 /12 /diciembre /2010 18:03

 

 

YA EN 1987 ESTADOS UNIDOS DABA IMAGEN DE PAÍS TERCER MUNDISTA

 

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                                                                  Ami Goodman                  Noam Chonsky

   

A partir de los documentos dados a conocer por la web Wikieleaks la periodista Ami Goodman[1] entrevistó a Noam Chomsky[2] para conocer su opinión en relación con el escándalo que suscitó dicha publicación. Durante la entrevista se tocaron varios puntos dignos de resaltar, pero el que me llamó especialmente la atención fue la tajante afirmación de Chomsky sobre el hecho de que EE.UU. se está convirtiendo en una especie de país del tercer mundo.  

Para corroborar esta afirmación el intelectual estadounidense puso el ejemplo de cómo actualmente un tren de Boston a Nueva York –la estrella del sistema ferroviario de Amtrak- dura unos veinte minutos menos que el tren que recorría hace sesenta años Boston- Nueva York. Este hecho, señala Chomsky, resulta insólito si se toma en cuenta que un trayecto similar dura la mitad de tiempo en cualquier  país europeo, o en cualquier país industrial. Este atraso en la modernización de la red ferroviaria se debe, afirma el intelectual, a que Estados Unidos ha dejado de invertir en infraestructuras, además de no hacerlo en sanidad y educación; en ese país el dinero se destina  a  las políticas que se han diseñado para enriquecer sobre todo a las instituciones financieras, puntualiza.   

Esta estrategia de la administración norteamericana, junto con el hecho de que los dueños del  capital imponen sus reglas por encima de los intereses de la mayoría de los estadounidenses, provoca que los entes dominantes de la economía -las instituciones financieras- sólo “muevan el dinero” con la finalidad de obtener beneficios con diversos negocios especulativos pero sin  invertir ni producir nada. Algo que es claro para la mayoría de los economistas actuales.  

El caso es que esta entrevista me remontó a 1987 cuando viajé a Estados Unidos  para participar en una convención de McCormack & Dodge (M&D) en Chicago como Editora de Computerworld Venezuela. Me tocaba salir de Caracas una vez finalizado el cierre del periódico, etapa muy estresante en la jornada de un periodista, especialmente si se está al frente de todo el proceso de la misma. Los pasajes los había adquirido la secretaria del Director. Igualmente se había encargado del resto de los preparativos y yo lo único que hice fue recoger los pasajes con las instrucciones de mi viaje. 

Volaba  en una aerolínea estadounidense, hoy en día desaparecida. La salida de Maiquetía fue sin tropiezos. Me dirigía a Miami donde debía tomar otro vuelo que me conduciría a Chicago para estar presente en la inauguración de la convención. El problema se presentó cuando a las dos de la tarde intenté abordar el vuelo que, según mi pasaje,  me correspondía en el aeropuerto de Miami: no podía, me informaban los empleados de la aerolínea; ese no era mi vuelo. La información que tenía era equivocada pues me correspondía el de las seis de la tarde. Bien, pensando que la secretaria se había equivocado asumí con buen talante que era un error. Le puede suceder a cualquiera, pensé.  

Mientras esperaba, en el área de embarque antes de subir al avión, observé que mi situación parecía bastante generalizada: el gran espacio estaba repleto de gente agotada y cansada que dormía sobre sus maletas en una posición de larga espera. Mi vista recorría asombrada el paisaje humano formado por todos aquellos improvisados durmientes  y mi alma de hija de emigrantes, que había crecido en una España no tan próspera pero bastante más organizada que el mundo desorganizado de  Venezuela, se rebeló: no había salido del ambiente tercermudista de mi país. Con esta idea en mi mente y el asombro reflejado en mi cara, se lo comenté a un americano (no recuerdo de que estado) que estaba sentado a mi lado: ¿cómo era posible que en uno de los países más desarrollados del mundo se diese aquella situación de desorden?   El hombre, profundamente avergonzado, me dijo que la aerolínea con la que viajábamos estaba pasando por una crisis financiera y  sobrevendía todos los vuelos. Permanecía en una situación de  oberbucking vuelo tras vuelo ocasionando aquel caos. Recuerdo que le dije que, de ese modo, pronto terminaría en la quiebra pues los descontentos pasajeros no volverían a  viajar con ella. Efectivamente, al poco tiempo desapareció del mercado.  

El caso es que cuando intenté abordar el avión de las seis de la tarde, la empleada que tenía que darme la tarjeta de embarque me la negaba pues, señalaba,  no me correspondía viajar en ese vuelo nuevamente. Haciendo como que mi inglés era insuficiente para comunicarnos, me remitió a una compañera hispana con la que intercambié la misma información, pero en un idioma diferente. La diferencia es que esa chica no podía hacer nada y no sabía qué decirme.  

Regresé con la muchacha que me negaba la tarjeta de embarque y al borde de la histeria le dije en inglés que la situación era absurda, que ya me había perdido la inauguración del evento y que lo que ocurría no era propio de un país desarrollado sino tercermundista. Por supuesto, había alzado la voz y estaba dispuesta a alzarla más y a decirle a aquella joven lo que pensaba de sus tretas para mantenerme en tierra. Su reacción, ante mi descomunal enfado, fue entregarme inmediatamente la tarjeta de embarque lo que me instó a callar en ese mismo instante, coger la tarjeta y entrar en el avión a toda velocidad sin volver la vista atrás.  

Cuando a las dos de la madrugada aterrizamos en nuestro destino, tras un desvío hacia Indianapolis y una corta espera en su aeropuerto por causa de una tormenta que cayó sobre Chicago y obligó a desviar todos vuelos que se dirigían hacia esa ciudad, mi duda era la de si mi equipaje estaba en el avión. Pero afortunadamente sí estaba y lo recogí sin contratiempos. En ese momento me dije que hubiese sido un gran problema si no hubiese embarcado. Recordar esta experiencia y leer la afirmación de Chomsky sobre el hecho de que EE.UU. se está convirtiendo en una especie de país del tercer mundo, me ratifica en la impresión que tuve en aquel viaje de 1987.

 



[1] Egresada de Harvard University en 1984, Goodman es mejor conocida como la anfitriona del programa de Pacifica Radio Democracy Now! (¡Democracia Ya!), Los Angeles Times la describe como "la voz de radio de la izquierda no franquiciada". La cobertura a movimientos de paz y en pro de los derechos humanos así como apoyo a los medios independientes es lo más sobresaliente de su trabajo. Como una investigadora periodística, ha sido reconocida por exponer violaciones a los derechos humanos en Timor y Nigeria. Amy Goodman es judía pero no religiosa.

[2] Avram Noam Chomsky (Filadelfia, Estados Unidos, 7 de diciembre de 1928) es un lingüista, filósofo y activista estadounidense. Es profesor emérito de Lingüística en el Massachusetts Institute of Technology,MIT, y una de las figuras más destacadas de la lingüística del siglo XX, gracias a sus trabajos en teoría lingüística y ciencia cognitiva. A lo largo de su vida, ha ganado popularidad también por su activismo político, caracterizado por una visión fuertemente crítica de las sociedades capitalistas y socialistas, habiéndose definido políticamente a sí mismo como un anarquista1 2 o socialista libertario.

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2 diciembre 2010 4 02 /12 /diciembre /2010 11:13

En los zapatos de    Wikieleaks

 

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Con el actual escándalo mediático de Wikieleaks recordé cómo en una ocasión utilice información confidencial de la embajada de Estados Unidos en Venezuela para redactar un editorial para una publicación donde trabajaba.  

Había terminado mi contrato laboral con una revista de economía y estaba comenzando a trabajar como Editora de la principal publicación que la cadena estadounidense International Data Group (IDG) tenía en Venezuela: Computerworld Venezuela.  

Como recién ingresada en plantilla me encontraba luchando con el conocimiento (o mejor dicho, desconocimiento) sobre el mundo de la computación, cuando mi jefe, el Director del periódico, me pidió que escribiese el editorial. Solía hacerlo él, pero en esa ocasión propuso que lo redactase yo en calidad de nueva Editora.  

Tengo que decir que escribir el editorial sobre un tema en el que era una recién llegada me resultaba una tarea ímproba. Por tanto comencé a buscar y rebuscar material con el que poder hacerme una idea de sobre qué escribir y qué decir. Como siempre he sido curiosa y en este aspecto nunca he puesto cortapisas a mi curiosidad, revisé documentación de  la oficina  del Director (con su autorización previa)  y encontré un informe  sobre la situación del mundo de la computación en Venezuela. Dicho informe, en inglés, resultaba muy claro y sumamente informativo.  

Sin embargo,  no se me pasó por alto que aquellos datos eran confindenciales y que seguramente  provenían de la embajada  de Estados Unidos en Caracas. Por ello procedí a consultar a mi Jefe sobre su posible utilización para redactar el editorial: “Siempre y cuando omita los detalles que podrían revelar la fuente de esta  información", me dijo.  

Prometí tener cuidado y con su visto bueno procedí a su redacción. Coincidió el número del periódico en el que se publicaba con un evento de bastante magnitud en el mundo de la computación y al cual asistimos ambos. Estaban allí todos nuestros anunciantes y lectores: las empresas del sector y sus principales directivos. Por supuesto, en nuestros encuentros el editorial del periódico era el tema a tratar.  

Tras afirmar que los datos que en él se daban eran muy buenos todos pasaban  a preguntar por la génesis de los mismos. Recuerdo que tanto mi jefe como yo nos pasamos todo el evento con una copa en la mano, sonriendo y diciendo que “nuestra fuente era confidencial”, mientras ellos nos respondían con una sonrisa cómplice,  acompañada de una mirada maliciosa, lo que me hacía pensar que intuían cuál era la verdad a pesar de nuestros esfuerzos por disimularla. 

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28 noviembre 2010 7 28 /11 /noviembre /2010 13:10

 

      ¡ES DE CURAS!

 

 

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 En las imágenes vista de las instalaciones de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas .   

Desde hace unos días estoy leyendo el blog de un ex compañero de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Católica Andrés Bello que remueve mis recuerdos trayendo al presente anécdotas de un pasado lleno de experiencias ricas en compartir costumbres diferentes con personas de otras culturas.  

Con Isaac Nahon, por lo pronto, comparto el hecho de  haber asistido, de forma insólita, a  una universidad católica. Sí, digo bien. Esta afirmación si la llega a realizar Isaac, de ascendencia judía, en este caso judío sefardi, se vería más lógica que si la realiza una hija de españoles católicos no practicantes en Venezuela. Pero no es así  y voy a explicar por qué.  

 Mi padre, oriundo de Galicia, para más señas de Santiago de Compostela, era en aquel momento, un hombre profundamente disconforme con la realidad que vivía España y  en especial su patria chica, Galicia. Por tanto, aún cuando no se le puede considerar un exiliado, sino un emigrante gallego en Venezuela, sí tenía, como muchos otros, las características de un exiliado: una forma de pensamiento que recordaba más a la España republicana que a la España franquista. Uno de estos signos, el de español republicano,  estaba el de sentir un profundo rechazo hacia  la iglesia católica como institución y sus representantes.  

 Después de que mi padre se pasó media vida manteniéndome alejada de la “perniciosa influencia de la iglesia”, y especialmente de los colegios de monjas, fui a recalar, para su sorpresa, como estudiante de Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas. Recuerdo su reacción  cuando le informé de mi decisión: ¡es de curas!, me dijo, frunciendo el entrecejo. “Sí ¿y?”, le respondí. “Nada”,contestó haciendo honor a su máxima de respetar las decisiones de otros por muy duro que le fuese aunque este otro fuese su hija.  

Jamás me fijé en la palabra católica que acompañaba el nombre de la universidad. Personalmente sólo consideraba que era una casa de estudios que ofrecía la disciplina y las condiciones que yo exigía  en aquel momento. Dada mi educación, alejada de la religión, para mí era como si ésta, la iglesia católica, y sus conflictos con el resto del mundo,  no existiesen. Y es que mi padre me mantuvo alejada de la iglesia, pero jamás me inculcó rechazo ni ningún otro tipo de sentimiento de animadversión hacia esta institución. 

 Una vez tomada la decisión de ingresar  en esta alma máter, me llamó la atención que el examen de ingreso estuviese lleno de preguntas que hacían referencia al antiguo testamento, o al menos eso me pareció.Todas eran de reflexión sobre aspectos históricos relacionados con esta obra. Contesté muy gustosa las preguntas y para mi resultaron ser una delicia.  ¿Por qué?, se preguntarán.  

rituales-judios.jpgY aquí es donde comparto una segunda experiencia con Isaac: mi relación con la comunidad judía de Venezuela, en mi caso con la comunidad de judíos  askenazí de Caracas. Mis padres trabajaban con judíos de esta comunidad y vivíamos en el barrio considerado, por excelencia judío,  debido al gran número de familias que de este origen vivían en él. Al ser los patronos de mis padres judíos askenazíes influyó para que, de una forma u otra, mi infancia estuviese inmersa en las costumbres de esta comunidad.

De tal manera que llegué a conocer su sinagoga, creencias, costumbres y forma de pensar hasta tal punto que influyeron, en muchas ocasiones, en mi forma de vestir, comportarme y hasta en los conocimientos  que del mundo tenía. Por esta razón, pude contestar, exitosamente, mi examen de ingreso en la Universidad Católica Andrés Bello que seguramente hubiese  sido lamentable, dada la ignorancia en la que las ideas de mi padre me habían mantenido sumida.   

Posteriormente, la conjunción de los conocimientos que tenía sobre religión, especialmente los relativos al antiguo testamento, la comunidad judía y el hecho de ser católica no prácticamente, y más bien atea, me llevó, sin proponérmelo, a establecer relaciones de amistad con profesionales de la religión católica parecidas a la relación de confianza y amistad que mi padre sostuvo, durante toda su vida, con el rabino de la comunidad de judíos askenazí que conocimos en Venezuela. Toda una sorpresa para mi familia, pero no menor que la que sentí yo viendo a mi padre desenvolverse con enorme comodidad en medio de la comunidad askenazí de Venezuela. De hecho, cada vez que viajo me intereso por las diferentes familias de esta comunidad pues, sin duda, durante un tiempo, formaron parte importante de mi día a día.  

 Por lo pronto, desde mis posición de  individuo no creyente, y que en todo caso la definición que mejor me describe en este aspecto es la de ateo, dada la formación de mi hogar, tengo que decir que mi paso por la UCAB  fue muy gratificante y me llevó a conocer una institución que considero ha  contribuido con el país dejando  un legado cultural apreciable. Los jesuitas de la UCAB, la mayoría de origen vasco, han sido, y son,  un grupo que, de diversas formas, ha impulsado los estudios sociológicos en la búsqueda de dar respuesta a los diversos conflictos que vive y vivió la sociedad venezolana a lo largo de la historia. De esta manera, y de otras, han dado un importante aporte al desarrollo cultural en Venezuela, en donde, sin ninguna duda, brilla con luz propia el mundo del teatro y la investigación en sociología y comunicación. Esta contribución es digna de estudio  y de ser reconocida tanto fuera como dentro del país.

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21 mayo 2009 4 21 /05 /mayo /2009 23:26

 

 

LA CHICA QUE NO CONOCÍA EL MAR

 

 

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                     La costa venezolana se encuentra bañada por el mar Caribe y sus playas son muy hermosas.  

Vivía en Caracas compartiendo un apartamento con cuatro chicas, todas universitarias. Estábamos compartiendo piso a través de un anuncio y entre nosotras no nos conocíamos. Una de estas chicas era una licenciada en informática, muy sencilla, agradable, proveniente de Barquisimeto. Ella decía que venía de un  "barrio" que era como una ciudad "satélite" en Barquisimeto. (Para ella imaginarlo en la lejanía era hermoso)  

Confieso que entre mi ir y venir, de Venezuela a España y de España a Venezuela, tenía, y tengo, el significado de ciertos términos un tanto trastocados y me había quedado con la idea española de barrio, por tanto, no poseía ningún pre-juicio sobre esa palabra.  

Yo admiraba en esta chica su capacidad de empuje y lo humilde y callada que era. Llegamos a intimar y a hacernos muy amigas. Descubrimos, el resto, que nunca había estado en la playa y no conocía el mar. Así que organizamos un domingo de playa en el litoral central venezolano. Fuimos a unas de las tantas playas sin más. No recuerdo el nombre, sólo recuerdo a aquella chica emocionada frente al mar. Estábamos bien adentrados en la década de los 80 y para el resto de nosotras era como si viésemos a un extraterrestre contemplando por primera vez el líquido elemento. Nos resultaba increíble que una persona a esas alturas del siglo XX no pudiese conocer el mar. Pero así era.    

De repente se acercó a la playa un señor con una barquita. Parecía un pescador. Ella le hizo señas y lo llamó.Nos pusimos en pie alarmadas, pensando que se estaba comportando de forma imprudente y se iba a meter en un lío. Fuimos hacia ella deseando prevenirla. Pero no llegamos tiempo. Se estaba montando en la barquita y nosotras nos montamos con ella por puro espíritu de protección (Ella emocionada nos decía: móntense, móntense, que el señor nos da un paseo). Nos quedamos en la parte de popa y ella iba en la proa con el hombre. Nosotras no nos atrevíamos a decir nada, pero íbamos muertas de miedo.  

Fue todo el rato hablando con el señor, preguntándole por su actividad pesquera, por sus hijos, su mujer...hablándole de los maravilloso que le parecía dedicarse a la actividad de la pesca y estar siempre en medio del mar... Recuerdo que me llamaba mucho la atención el "color del traje de baño" del señor. Después de mirarlo durante un rato fijamente descubrí sorprendida que era un "calzoncillo blanco" que de tanta mugre estaba gris. Llegó el momento de regresar a tierra y hacia allí se dirigía la barca para nuestro descanso.  

En esos momentos, sin decir nada entre nosotras, íbamos pensando: ¡la clavada que nos va a dar este individuo por el viajecito! Y con esa preocupación nos acercábamos a la orilla. Nuevamente para nuestra gran sorpresa, escuchamos como nuestra compañera de piso le decía al barquero:  mire, usted nos va a perdonar si le ofendemos, pero nos tiene que aceptar un regalito para agradecerle el paseo tan grato que no ha dado! (No salíamos de nuestro asombro con la actuación de nuestra compañera) Pero el asombro fue mayor aún  cuando él se negó, rotundamente, a aceptar ningún tipo de pago. Parecía ofendido de pensar que pudiésemos ni siquiera imaginar semejante cosa.  

  Bajamos de la barca atónitas por lo que habíamos presenciado: aquel hombre había sido tratado con la mayor delicadeza y respeto por nuestra inocente compañera de piso, una joven de casi 30 años en cuya cabeza no cabían los malos pensamientos. Y el hombre había respondido con el mismo respeto y consideración. Y me llegué a preguntar si la gente no se comporta como ladrones, pillos o bandoleros  porque de entrada son tratados como tales. Ambos, no cabe duda, provenían de ambientes muy humildes de nuestro país.  

Con el tiempo esta chica me llegó a invitar a visitar su casa familiar. Cuando entrábamos en el barrio había una redada policial. Íbamos con su novio y yo le pregunté a mi amiga que pasaba porque había aquella redada. No sé, me contestó, aquí siempre están haciendo redadas. ¿Por qué?, pregunté extrañada ¡Porque es la "ciudad satélite" de Barquisimeto!, contestó con segundas su novio.  

Efectivamente, luego me enteré que era el peor barrio de Barquisimeto. Esta chica se había criado en un ranchito, con muy pocas comodidades, siendo la mayor de  cuatro hermanos. Los padres estaban muy orgullosos de su hija universitaria. Tenía novio y se casó (poco tiempo después lo hicieron sus padres pues siempre habían convivido y nunca se habían casado). Ella tenía 27 años.  

Me contó que cuando era pequeña sus padres le decían que  cogiese a sus hermanos  fuertemente de la mano y que fuese sin parar hasta el colegio. Comentaba que sus padres le decían que tuviese cuidado porque el trayecto era peligroso, pero ella no entendía  por qué pues ni a ella ni  a sus hermanos   les pasó nunca nada. No sabía por qué consideraban que el barrio era peligroso porque no había visto nunca  ni había conocido a nadie que cometiese delitos.  

Ella se compró una casita en el barrio, mejor que la de sus padres. La casita la llenaba de orgullo. Al lado del ranchito de sus padres su casita era toda una quinta. Y estaba muy ilusionada con ella. Consiguió trabajo en Barquisimeto (trabajaba en informática en CANTV en Caracas) y regresó a su ciudad para vivir con su marido. Desde entonces no he vuelto a saber de ella. Pero me dejó una lección imborrable: aquella chica me enseñó que pueden existir dos Venezuela; la que ven muchos, la Venezuela de la corrupción, la de los robos y crímenes y la Venezuela de ella. Ambas son reales. Pero en la de ella existe sobre todo el respeto a los otros, sin importar quiénes son. Desde entonces me he esforzado por ver la Venezuela de esta chica. Yo les aseguro que existe. Cada vez que visito el barrio donde hago cooperación la veo; veo a todas esas entrañables personas que luchan día  y tienen esperanza de un mañana mejor. Y en su limpias miradas veo el futuro del país, la Venezuela de esa chica que nunca había visto el mar.

 

 

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11 abril 2009 6 11 /04 /abril /2009 09:30

 

 

 Compartiendo experiencias

 

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Experiencias de vida entre dos ciudades: Caracas, que para mi es lo que Manhattan para Woody Allen, y Santiago de Compostela la roca que me ancla en un pasado personal e histórico. 

 

Estamos en la era de los blogs... Todo el mundo tiene uno. Parece que si no tienes un blog no eres nadie. Pero, tener un blog, ¿para qué? ¿Se tiene algo importante qué decir? Esta es la cuestión. Lo cierto es que parece que para alguien que tiene la profesión de periodista, que ejerció la profesión durante doce años  tener un blog es,  o debería ser, un  imperativo. Y de esta forma me lo planteo; por eso decidí crear este blog.

Primero, y antes que nada, decir que soy venezolana o, quizás deba decir, venezolano-española, puesto que mis padres son españoles, para más señas gallegos. Yo nací en Caracas, pero viví mi infancia entre Santiago de Compostela  y la capital venezolana. No obstante, pasé toda mi adolescencia y primera juventud  en Caracas, ciudad que para mí es lo que Manhattan para Woody Allen. De hecho su película, Manhattan, es mi preferida, por el sentimiento de identificación que me provoca  el cineasta  neoyorkino en la visión de su urbe.

Tanto Caracas como Santiago de Compostela me marcaron como persona. En Santiago adquirí gran parte de mis valores, gustos y forma de ser que terminaron de definirse  en una Caracas cosmopolita y moderna que añoro. Entiendo que para mis compatriotas no termine de ser  venezolana, pues, al fin y al cabo soy una venezolana cuya impronta española está muy presente. Pero lo importante es cómo me siento y lo cierto es que me siento venezolana y española. 

No cabe duda que hoy por hoy Venezuela es mi tierra, y Caracas la ciudad  donde me gustaría estar viviendo si no estuviese convulsionada por todos los  problemas que la aquejan. Pero pasa por una etapa política convulsiva y hace años se ve inmersa en un declive, corrupción e inseguridad que, junto con la inflación y la superficialidad de los que más tienen, convierten a la capital venezolana en un  lugar muy inhóspito para poder vivir.

Por primera vez mis compatriotas, desde la segunda mitad del siglo XX,  se encuentran gravemente enfrentados, pero tengo que decir que es una situación que no me sorprende. Quizás por el hecho de que siempre me sentí como si viese  todo desde una perspectiva foránea, pude percibir los errores que  estuvieron cometiendo, y que todavía  cometen  aquellos que tienen la responsabilidad de sacar el país adelante, entre otras razones porque pertenecen  a la clase más formada.

Y como  ya muchos hemos dicho, de aquellos barros vienen estos lodos que ahora tanto nos molestan. Lo extraño no es que Venezuela o América Latina estén como están. Lo extraño es que no estén peor. Puede parecer una visión pesimista, pero creo que es bastante real.

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