Las circunstancias para el venezolano común, en los últimos cien años, han estado signadas por una balanceada combinación de capitalismo salvaje y dependencia, lo cual ha introducido en muchos sectores, graves rasgos de “viveza” y mendicidad, entre otras distorsiones importantes de la convivencialidad.
De la viveza se derivan muchos de los comportamientos agresivos y amenazantes que observamos en la calle, como la falta de
cortesía en el trato entre servidores públicos y servidos, quienes se enfrentan ante la negligencia y la necesidad de las diligencias; entre conductores de vehículos automotores quienes quieren,
cada uno, “pasar primero” y entre simples peatones que transitan dando codazos y obstruyendo el paso de los demás; pero también se deriva la falta de escrúpulos ante bienes del estado o de
terceros para apropiarselos en la primera oportunidad.
La mendicidad es producto de la baja autoestima, consecuencia esta de la penetración sistemática de la idea de que los
nacionales venezolanos, y latinoamericanos en general, somos absolutamente incapaces de producir o “desarrollar” un sistema de vida que nos sea propio en principios y maneras, y que nos produzca
los niveles de satisfacción y felicidad que caracteriza a una sociedad sana y equilibrada; siendo imprescindible entonces, copiar el modelo norteamericano el cual se hace paradigmático en una
versión distorsionada que muestra el “éxito económico” de unos pocos y desestima olímpicamente las grandes desviaciones sociales y la vertiginosa carencia moral de una buena parte de los
habitantes de E.U.A..
La viveza nos hace vivir en una especie de cultura de “la piñata” y la mendicidad nos hace pedir aquellos beneficios para
lo cuales no hemos hecho ningún esfuerzo. De allí al socialismo existe tal distancia que salvarla exigirá mucho tiempo, recursos y sobre todo acciones muy acertadas.
Para la construcción del Socialismo del Siglo XXI es preciso que los revolucionarios seamos más que ejemplo, promotores
entusiastas, de la convivencia civilizada; muy especialmente en términos de cordialidad y de dignidad. La primera debe ser entendida, tanto en su acepción relativa al afecto, como a la
honestidad, la franqueza y la sinceridad que ello representa; y la segunda, al logro de éxitos personales proyectados al beneficio colectivo, para el disfrute de ese beneficio como parte de ese
colectivo.
Tanto la viveza y la corrupción como la individualidad egoísta y destructiva, son valores que no se corresponden con el
socialismo y en consecuencia su erradicación es parte importante de la revolución.