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14 enero 2011 5 14 /01 /enero /2011 09:56

¿Me recuerdas?

 

 

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          A los 5 o 6 años con mi hermano                                                Durante la visita de la prima en Venezuela (la del medio) 

 

Como conté en el artículo anterior, a los 5 años pasé medio curso castigada por no saber diferenciar la consonante “C” de la “S” en la prueba diaria de lectura en un pequeño colegio de Galicia. Mi infructuosa lucha con un problema que desconocía,  mi “seseo” venezolano y la incomprensión de la profesora de turno, provocó que la tristeza me quitase fuerzas en las piernas para poder caminar y que a la hora del recreo me mantuviese aislada del resto de mis compañeros. 

Al comenzar el tiempo de asueto escolar, a media jornada, yo sólo tenía fuerzas para traspasar el dintel de la puerta de la escuela y quedarme pegada a la pared del lado derecho, mientras dejaba pasar al resto de alumnos. Entre el grupo de estudiantes se encontraban mi prima hermana, hija del tío que me rescató, de 4 años, y una prima suya de no sé qué edad, pero posiblemente  de 9 ó 10.  

Esta última estaba enterada de que diariamente me castigaban, de tal manera que al salir por la puerta y verme arrimada a uno de los lados  se volteaba hacia donde yo estaba y me decía: ¡Burra! ¡Burrita! Y salía corriendo. Por supuesto, fácil es imaginar el efecto que tenía semejante interpelación sobre aquella niña triste, desorientada y asustada que se sentía diariamente sometida a un suplicio que no terminaba de entender.  

Con los años, esta chica visitó Venezuela. Yo ya estaba en la universidad. Ella había ido a visitar unos familiares y me llamó por teléfono para que nos viésemos. Como no me encontraba en casa me dejó mensaje con mis padres. Quedé con ellos  en visitarla y un día al atardecer me presenté en casa de sus tíos. Me recibió alegre y con la pregunta directa: “¿Me recuerdas?” Y la respuesta salió de mi boca como un pistoletazo: ¡perfectamente! Tú eres la prima de mi prima que a los 5 años, cuando me castigaban por no saber diferenciar  la “C” de la “S”, a la salida del recreo, me llamaba burra.  

Creo que no fue el mejor comienzo para nuestro encuentro.  Mi recuerdo, nítido y claro, sólo relacionado con aquel evento, echó por tierra  una fluida relación a partir de ese momento. Yo había acudido a verla por compromiso, desde luego, no por placer. El desagradable recuerdo no era precisamente una invitación al reencuentro. Me sentía incómoda cumpliendo mi obligación y más incómoda me sentí cuando aquella joven calló impactada por mis palabras. A mi mente viene su cabeza inclinada, sin poder mirarme a los ojos, un tanto violenta en mi presencia.   

A pesar de ello, yo la invité  una o dos veces más, primero a visitar mi casa y luego a dar un paseo por Caracas. Tras la primera visita, aquel evento pasado iba quedando en mi mente como un hecho sin importancia. Sin embargo, a ella no la volví a ver  cómoda ni durante aquellas salidas ni en otras posteriores en España. Que la relacionase con aquel infortunado suceso no le gustó. Y ello me hace pensar: ¿le provoqué arrepentimiento o la sensación de haber hecho algo inadecuado? De cualquier forma,  sin duda, las consecuencias de nuestros actos nos siguen y nos persiguen. De de esta experiencia lo que me queda claro es que de cuanto menos tengamos que arrepentirnos, mejor.

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