LA IMAGEN QUE DAMOS
En las fotos, en primer término el río Iregua y a continuación una vista del paseo que lo bordea. La última imagen correponde al emblemático Puente de Piedra sobre el río Ebro.
Desde hace unos años vivo en Logroño, capital de la comunidad autónoma de La Rioja. En total la provincia riojana no supera los 300 mil habitantes y en el caso de la ciudad de Logroño no rebasa los 170 mil. Por tanto, al lado de Caracas, donde pasé la mayor parte de mi vida, y que cuenta con alrededor de cinco millones de ciudadanos, Logroño, en su pequeña dimensión es un mundo bucólico donde el individuo puede todavía vivir inmerso y en armonía con la naturaleza.
Pero como ciudad pequeña se asemeja en muchos aspectos a un pueblo grande: todo el mundo se conoce. Es difícil mantener el anonimato y pasar desapercibido, lo que tiene sus pros y sus contras, pues como dice el dicho, pueblo pequeño, puede llegar a ser infierno grande. Uno de los contras es que al conocerse todo el mundo el boca a boca provoca que innumerables rumores circulen alrededor de unos y otros; sobre las personas se propaga tanto buena fama como la mala.
Un ejemplo de lo que digo me lo dio un médico del hospital riojano. En una ocasión, cuando le tocó trabajar con un compañero con el que no tenía relación directa, éste lo recibió diciéndole: “a ver cómo nos coordinamos porque me han dicho que eres un hombre muy desordenado”. Ante este recibimiento tan poco amable mi amigo le respondió: “pues de ti me han dicho que eres un cabrón. ¿Qué te parece si esperamos a ver en qué medida las malas lenguas dicen la verdad?” Por supuesto, me dijo mi amigo, con el tiempo ambos pudieron constatar que lo que aseveraban las malas lenguas era totalmente cierto.
Y es que uno de los pros es la estrecha relación que se establece en una ciudad pequeña donde todo el mundo se conoce con sus virtudes y defectos. Ello convierte a la comunidad en un espejo donde se refleja nuestra imagen que no necesariamente resulta ser radicalmente buena o mala. Por ejemplo, en el caso anterior, el cabrón era un triunfador; el desordenado era además conocido por ser una persona brillante, humana y buena.
Por tanto, pensando en la comunicación involuntaria y en la imagen que damos de nosotros mismos, no puedo menos que recordar a un excompañero de trabajo en Computerworld Venezuela, Nicanor Pérez, corrector de la publicación, que en una ocasión me preguntó: ¿qué imagen quieres dar? ¿Eres consciente de la imagen qué quieres dar? Y he ahí que me planteo en qué medida la imagen que damos forma parte de una comunicación dirigida, planificada y controlada, o es inconsciente. Creo que aunque sea un proceso consciente controlar totalmente la imagen que proyectamos es imposible.
Pero en realidad lo difícil, muchas veces, es enfrentarse a ese espejo que nos retorna un perfil que, en muchas ocasiones, no nos gusta o lo encontramos distorsionado. Cómo reaccionemos ante una distorsión poco gratificante depende mucho de nuestro grado de conocimiento y consciencia del proceso de reflexión y las variables que intervienen deformándolo. Pero, con distorsión o sin ella, sin ninguna duda esa imagen de retorno es una herramienta muy útil para el propio autoanálisis y autoconocimiento. Aunque, sin duda, para ello es necesario además de poseer madurez, vivir con un alto grado de sinceridad y coherencia con los propios valores, ubicándolos adecuadamente en el contexto general de la comunidad en la que vivimos.
Y eso, sin duda, es lo que le pasa a mi amigo. Vivir según una imagen falsa, ya sobrevalorada o desvalorizada de uno mismo es una forma de autismo. Por ello, aunque se diga que pueblo pequeño, puede ser infierno grande, también es cierto que ayuda a colocarnos en perspectiva en relación con los demás y nuestro entorno.