FÁBULA DE LA VIOLENCIA VENEZOLANA
DEL SIGLO XXI EN BUSCA DE AUTOR
Este año que llevo en Venezuela ha servido, entre otras cosas, para llevarme al pasado de la mano del Festival Internacional de Teatro de Caracas. En concreto a 1988. Aquel año fue el último Festival Internacional de Teatro[1] al que asistí en Venezuela. Recuerdo que entonces cerré la temporada como en esta ocasión, con la obra de teatro española, en aquel momento ¡Ay, Carmela![2] y en este 2012 con Calisto.
En 1988 el Festival comenzó un 22 de marzo y terminó un 3 de abril; prácticamente fueron dos semanas de intensa actividad teatral. En este 2012, el FIT comenzó el 29 de marzo y terminó el domingo 8 de abril. Muy poco tiempo para alguien como yo que se encuentra en Venezuela realizando una actividad frenética que no me ha permitido programar mi agenda para asistir a un número determinado de funciones que me hubiese gustado disfrutar.
No obstante, sí estuve presente en Cuando quiero llorar no lloro [3] la violenta “fábula de tres muchachos venezolanos -Victorino malandro, Victorino guerrillero y Victorino burgués- convertida en la metáfora de un país en construcción donde la continuidad de los procesos sociales siempre se cortan de súbito; la violencia es el arma de los individuos que continuamente tratan de buscar su pasado heroico, el de la independencia, y una constelación de mártires anónimos siempre traicionados por las generaciones siguientes”[4].
Como bien dice Lilia Boscán de Lombardi en su ensayo “Identidad y literatura venezolana”[5] la narrativa de Miguel Otero Silva es una unidad histórica que sigue un proceso continuo de la Venezuela del siglo XX y cada relato se sitúa en momentos fundamentales del discurrir político del país. Ese continuo devenir refleja la sociedad venezolana dando testimonio de momentos cruciales de la historia venezolana.
En Cuando quiero llorar no lloro, Miguel Otero refleja los años de la guerrilla vividos durante la etapa democrática de los gobiernos de Betancourt, Leoni y Caldera. Para el momento en que Miguel Otero edita esta novela ya había escrito Fiebre, publicada en 1939, y cuya trama gira alrededor de la generación del 28. En Fiebre el escritor narra la lucha, la rebelión y las experiencias vividas por él y su generación en las cárceles gomecistas.
En Casas Muertas, Miguel Otero refleja el país rural y atrasado que era Venezuela hasta la aparición del petróleo y Oficina Nº 1, publicada la primera edición en 1961, es la novela del comienzo de otro tiempo, el de la transición entre una sociedad rural y agrícola y la sociedad minera en que se convertirá Venezuela con la explotación petrolera.
Por otra parte, en La muerte de Honorio (1963) trata el caso de cinco detenidos y los vejámenes y torturas en las cárceles durante la dictadura de Pérez Jiménez y, finalmente, en Cuando quiero llorar no lloro, publicada en 1970, se adentra en la violencia de la década del periodo democrático en el marco de la IV República.
En esa misma década el grupo venezolano de teatro, Rajatabla, bajo la batuta del director argentino Carlos Giménez[6], adaptó para las tablas Fiebre (1973), Casas Muertas (1987) y Oficina N° 1 (1992).
En la primera década del siglo XXI, en concreto en el 2009, Pepe Domínguez B. escenificó Cuando quiero llorar no lloro y los que asistieron a su puesta en escena señalan que la obra no cuajó. La pieza acusaba una falta de teatralidad evidente. Pero, en palabras del crítico de teatro E. A. Moreno Uribe, en este 2012 el director Pepe Domínguez : “con esa valiosa y plausible tozudez hispana[7], ha superado de principio a fin las fallas anotadas: hay más y mejores acciones dramáticas, menos narrativa, y la violencia verbal y la física, aunadas a la música y el baile, se toman la escena de la sede rajatablina para magnificar el discurso escénico y hacer llorar ante la tragedia de esos tres muchachos criollos, quienes son consumidos porque una sociedad que no se apiadó de ellos y los sacrificó”[8].
Lo cierto es que viendo la obra no pude dejar de pensar que la violencia es un hecho que cruza trasnversalmente la historia venezolana. Mientras veía plasmada en escena la novela de Miguel Otero Silva me preguntaba cómo sería la fábula que se pudiese escribir narrando la violencia que azota a esta Venezuela de principios de siglo XXI.
Y es que este país, puerta de entrada en el norte del continente suraméricano, se encuentra en plenos siglo XXI sufriendo día a día el flagelo de la violencia que, aunque es un fenómeno que viene de lejos, ha adquirido un cariz especialmente virulento en el contexto de la Venezuela revolucionaria y polarizada.
Las invasiones perpetradas a la propiedad privada, con total impunidad, parecen estar dirigidas por mafias bien organizadas que semejan tener conexión con diferentes vertientes de la delincuencia común, tales como el narcotráfico o los secuestros exprés. Esto es lo que parece desprenderse de las noticias de sucesos que plagan las páginas de los diarios.
Esta violencia, reflejada en los medios de comunicación, o la que recorre el país de boca en boca, deja atónitos a los que escuchamos o la leemos; la saña de un ser humano perpetrada contra otro ciudadano es inusitada: cuerpos que aparecen decapitados o simplemente “cosidos” a balazos. Algo que nunca se había visto.
Y lo cierto es que en el marco de esta revolución bolivariana semeja que un protagonista irrumpió en escena, el lumpemproletariado, masa anónima formada por individuos procedentes de la periferia marginal de la sociedad que bordea la delincuencia y que no tiene nada que perder. Esta figura de la revolución francesa, estudiada por el marxismo, parece haberse adueñado de las calles y del día a día de los venezolanos, mezclándose con el submundo de la delincuencia, la droga y, con una actitud que raya en la desfachatez, muestra que se pasea por el país con absoluta arbitrariedad e impunidad.
Los más leales seguidores de Chávez reconocen que el líder fracasó en el control de este submundo que amenaza la estabilidad de la población. En vano parecen haber sido las misiones lanzadas para controlar esta ola de intimidación que tiene a la población confinada en sus casas después de las seis de la tarde. Este ambiente de terror espanta y esparce a la clase media que huye en busca de un presente y un futuro más seguro allende la fronteras de su país.
Y mientras Venezuela sigue siendo el destino preferido de los desheredados del mundo civilizado, de aquellos que buscan fortuna al amparo de la bonanza económica petrolera, la clase media criolla huye, cambiando ingresos por mayor seguridad, en pos de una calidad de vida que la actual situación del país no les ofrece. Seguridad ciudadana y seguridad jurídica es uno de los anhelos de los venezolanos de esta Venezuela del siglo XXI. Y Miguel Otero Silva, ya no está para vivirla, aprehenderla y dejarla plasmada en una novela que sería la continuación de su obra narrativa. Por tanto, se puede decir que la fábula de la violencia venezolana del siglo XXI anda en busca de autor.
[1] El Festival Internacional de Teatro de Caracas (FITC) es un evento cultural multinacional realizado en la capital de Venezuela y otras ciudades desde 1973. Fue creado por el director de teatro Carlos Giménez con el apoyo del Ateneo de Caracas. Oficialmente se considera bienal, pero su programación ha sido alterada en varias ocasiones. En las dos semanas que usualmente dura el festival, los grupos musicales, de teatro, danza y circenses invitados se presentan en instalaciones o sitios al aire libre seleccionados para el evento y cuyo eje es el Complejo Cultural Teresa Carreño. Desde su creación, el FITC se ha convertido en uno de los festivales más importantes del teatro mundial.
[2] ¡Ay Carmela! es una obra de teatro con dos actores de José Sanchis Sinisterra. En 1988 fueron encarnados por Verónica Forqué y José Luis Gómez.
[3] La novelística de Miguel Otero Silva fascinó a Carlos Giménez y este optó por teatralizar con su grupon Rajatabla. Giménez decía que ningún otro escritor criollo había logrado captar las claves de la Venezuela moderna y la esencia de su irredento pueblo.
[4].Moreno-Uribe,E.A, El espectador Venezolano, marzo abril,2012:http://elespectadorvenezolano.blogspot.com/
[5] Revista de Artes y Humanidades UNICA / Año 9 Nº 21 Enero-Abril 2008.
[6] Carlos Jiménez creía que ningún otro escritor criollo había logrado captar las claves de la Venezuela moderna y la esencia de su irredento pueblo como sí lo había conseguido Miguel Otero Silva.
[7] En realidad Uribe debería haber dicho: “con esa valiosa y plausible tozudez gallega…” ya que José Domínguez, nombre por el cual lo conozco de los años de universidad, es nacido en Caballiño, un pueblo de Orense, en Galicia.
[8] Moreno-Uribe,E.A, Ob. Cit.